/ IBERIAN PRESS / La necesidad de transformar los modelos productivos ha puesto el foco en prácticas agrícolas que respeten el equilibrio entre rendimiento y preservación de los recursos naturales. Dentro de esta tendencia, las semillas ecológicas se presentan como una herramienta clave para lograr cultivos más sostenibles. Su uso permite avanzar hacia sistemas agroalimentarios que reducen la dependencia de insumos químicos y mejoran la salud del suelo, sin comprometer la productividad.
Las semillas ecológicas se obtienen mediante procesos de cultivo sin agroquímicos y respetando los ciclos naturales. A diferencia de las convencionales, no están tratadas con fungicidas sintéticos ni se han producido bajo condiciones de agricultura intensiva. Esto garantiza una mayor adaptación al entorno, una resistencia natural frente a ciertas plagas y enfermedades, y una contribución concreta al mantenimiento de la biodiversidad local. Están reguladas por normativas específicas, como las de la producción orgánica certificada, que aseguran su trazabilidad y origen.
Una de las principales características es que provienen de variedades que han sido seleccionadas por su comportamiento en sistemas ecológicos. Se adaptan mejor a suelos trabajados sin fertilizantes de síntesis y a prácticas como la rotación de cultivos o la asociación de especies. Esto permite reducir la necesidad de productos externos y disminuye los costos operativos para el productor a largo plazo.
Otro beneficio importante es que muchas de ellas son de tipo libre o de polinización abierta. Esto significa que los agricultores pueden recolectar su propia semilla para futuras campañas, evitando la dependencia de grandes empresas proveedoras de material genético. Esta práctica, además de ser más económica, recupera un saber tradicional que favorece la soberanía alimentaria y refuerza los vínculos con el territorio.
En términos ambientales, el uso contribuye a reducir la contaminación del suelo y del agua, ya que no requieren agroquímicos en su desarrollo ni en su aplicación posterior. Asimismo, promueven prácticas de cultivo más cuidadosas con la vida microbiana del suelo, clave para mantener su fertilidad y capacidad de retención de agua. “A largo plazo, esto se traduce en sistemas agrícolas más resilientes ante el cambio climático y menos dependientes de recursos externos”, agregan desde la empresa especializada Secebalsa.
También impulsan la recuperación de variedades locales y tradicionales, muchas de las cuales han sido desplazadas por la homogeneización del mercado agroindustrial. Estas variedades suelen estar mejor adaptadas a las condiciones climáticas y edáficas de una región específica, lo que aumenta sus probabilidades de éxito productivo. Además, su conservación aporta valor cultural y genético a las comunidades rurales.
El acceso a ellas está en crecimiento, con redes de intercambio entre productores, bancos de semillas comunitarios y programas institucionales que fomentan su distribución. Aun así, persisten desafíos, como la limitada oferta comercial y la necesidad de más investigación específica sobre el comportamiento de estas variedades en distintas regiones. Sin embargo, el interés por sistemas agrícolas más justos y sostenibles está impulsando cambios positivos en esa dirección.
Optar por semillas ecológicas no solo implica una elección técnica, sino también un compromiso con un modelo agrícola más equilibrado. Permiten cultivar con menor impacto ambiental, recuperar saberes productivos y reducir costos sin resignar calidad ni rendimiento. Con cada campaña que las incorpora, se refuerza una red de productores que apuesta por una agricultura que cuide la tierra y garantice alimentos sanos para las próximas generaciones.
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